Puede parecer ilógico, pero así fue. De niña, en mi casa no existía el hábito de leer. Mi mamá estaba divorciada, y yo era la menor de cuatro hermanas y un hermano, la más chiquita. Mamá siempre ocupada, mis hermanas crecían y yo siempre con mamá, dormí con ella hasta el día en que me mudé a Caracas ¡Imagínense! Una vez intenté tener mi propio cuarto, e incluso se me ocurrió meter una cama en un pequeño vestier, arreglándolo con lo que tenía a mano. Pero la noche que intenté dormir ahí, me moría de calor, me asustaba la oscuridad y, en el fondo, prefería seguir durmiendo con mamá.
Así que la lectura no formaba parte de mi vida. Recuerdo que una vez leí Las aventuras de Tom Sawyer, pero fue una excepción. Ya de adulta, sin embargo, comencé a descubrir el placer de leer, no leo cualquier cosa: por ejemplo, las novelas muy largas me da terror. Tengo una mente inquieta y me cuesta concentrarme en historias demasiado extensas, pero me encantan los relatos cortos, los libros de autoayuda, las biografías y sobre todo los cuentos para niños, por cierto recuerdo que leí los tres primeros libros de Harry Potter y, de hecho, aún conservo la primera edición de La piedra filosofal.
Aunque no me considero una gran lectora, rompí ese círculo en mi hogar e invité a mis hijas a leer, a descubrir otros mundos a través de los libros, a viajar con la imaginación y a disfrutar de la lectura. Además, me convertía en escritora y cuentacuentos, y mis hijas crecieron conmigo en ese mundo de los libros, viendo a su mamá leerles a ella y a otros niños
No importa si no eres un gran lector; lo importante es leer algo que te guste y que te interese. No tienes que leer lo que está de moda. Busca aquello que realmente te atraiga y entonces léelo. Y con tus hijos, ofrece siempre libros como una opción. Luego ellos mismos te dirán qué tipo de historias les gustan.
¡El amor siempre llega!
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