Cuando decidí irme a estudiar teatro, solo tenía 16 años. Era una niña con sueños y temores. Mi vida transcurría en un pueblo tranquilo del Estado Monagas, Jusepín, conocido por ser universitario y petrolero. Crecí allí, rodeada de buenos vecinos y sabanas infinitas. Sin embargo, la televisión me mostraba otras expectativas de vida. Aunque no tenía todos los medios para mudarme, con el apoyo de mis padres lo logré.
Primero, tuve que audicionar para entrar en el instituto. Me hicieron varias pruebas, incluyendo expresión corporal y actuación. Salí de las audiciones con la duda de si me aceptarían o no. Tenía que esperar alrededor de dos meses para saber si había sido aceptada; el listado saldría en un periódico nacional.
Recuerdo que una tarde mi papá llegó a casa de visita con el periódico en la mano. "Ya salió el listado," me dijo, y allí estaba mi número de cédula. Era una realidad: me iba a Caracas. Sola, con 17 años recién cumplidos. Ya no había vuelta atrás.
Durante cinco años maravillosos, me sumergí en la vibrante y enérgica Caracas. La ciudad, con su ruido y movimiento constante, me mostró lo que significa vivir en un lugar tan convulsionado y lleno de vida. Caracas no solo me vio crecer, sino que también me infundió la energía y la seguridad necesarias para seguir adelante con mis proyectos.
El día en que firmé el acta de mi graduación, sabía que ese no era el final de mi camino. Sentía en mi interior que esa chica de un pequeño pueblo aún tenía mucho por ofrecer, no solo a su país, sino al mundo entero. Aún continuamos por más.
Alta q hermoso todo lo q compartes!!!! Gracias por ser luz con tu talento!!! Así los nenes se inspiran en amar la lectura a través de tus historias!!!!